Sobre la culpa y la alimentación
Será
este el último artículo relacionado con la alimentación y su
relación con muchas esferas de nuestra vida. En este caso hablaremos
de la culpa y como esta puede expresarse mediante la alimentación.
Nos
sentimos culpables muchas veces, culpables de no haber actuado
correctamente, de no haber dado más de nosotros, de haber contestado
mal a un amigo... este sentimiento nos altera, altera nuestro
bienestar emocional y nuestra autoestima. Sin embargo es un
sentimiento necesario, es un mecanismo que nos ayuda a ser
responsable de nuestras acciones y así poder vivir en sociedad. El
problema viene cuando ese sentimiento es continuo y nos martiriza
mucho más habitualmente de lo que debería.
¿De
dónde viene ese sentimiento de culpa?
Su
origen podemos situarlo en los primeros años de vida y viene creado
por aquellas personas significativas para el niño y que le rodean.
Fundamentalmente los padres, a los que los niños no quieren
defraudar y sobre todo no quieren perderlos.
Decía
Freud que el ser humano reduce sus impulsos para también reducir al
mínimo posible el sentimiento de culpa, así evitaría el gran
malestar interno que provoca. La consecuencia fundamental es que nos
sometemos así a determinadas normal morales, controlamos nuestros
impulsos más agresivos y nos permite vivir en sociedad.
Hay
personas que viven continuamente auto-reprochándose actos o
pensamientos, continuamente con un gran sentimiento de culpa,
hablamos de casos que requerirían de ayuda psicológico para poder
salir de ese malestar. Pues la culpa proviene en gran medida del
inconsciente y puede alimentarse de cualquier pequeña situación.
Hay
tipos de crianza que influyen en más medida que otras, pensemos por
ejemplos en padres excesivamente autoritarios, hogares donde los
límites no están claros o donde el chantaje afectivo es un moneda
habitual de cambio.
¿Y
que tiene que ver la alimentación?
Pues
bien, la comida puede ser en ocasiones una forma de calmar nuestra
culpa o una forma de sentirnos más culpables comiendo en exceso, no
cuidándonos como creemos que deberíamos.
Comer
compulsivamente puede ser una forma de afearnos fisicamente y
disminuir la culpa que podemos sentir al gustar a otros.
Sentirnos,
inconscientemente, culpables de la separación de nuestros padres,
por ejemplo puede llevar a comer por ansiedad, así como a la
incapacidad de asumir el rol masculino o femenino que le corresponda.
En
ocasiones la culpa la proyectamos en las personas con las que
convivimos, a menudo, la pareja, acusamos al otro de lo que realmente
nos pasa a nosotros, provocando una tensión insoportable.
En
definitiva, acudir a un profesional cuando creemos que el sentimiento
de culpa que tenemos es excesivo sería una buena idea.
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