Por aquellos padres menos padres. Franz Kafka "Carta al padre"
La
carta más famosa del siglo XX jamás llegó a su destinatario. Ni
siquiera fue enviada. La escribió Franz Kafka de un tirón entre el
4 y el 20 de noviembre de 1919, y está dirigida a su padre, Hermann
Kafka, comerciante judío en la ciudad de Praga. Escrita en un estilo
que su propio autor calificó de abogado, la carta es un memorial de
las relaciones que había mantenido con su padre desde su
nacimiento.
Un
padre exigente, frío, distante, Kafka nunca le sintió cercano. El
miedo es un tema fundamental en la relación padre-hijo y que aún
durante la edad adulta de Kafka, sigue sintiendo. Un hijo que no es
lo que el padre quiso que fuera, un hijo rechazado y criticado. Un
padre que es ley, pero que no está sujeto a la ley, sólo la impone
a los demás.
Querido
padre:
No
hace mucho me preguntaste por qué yo afirmaba que te temía. Como es
habitual, no supe qué decir, en parte por ese miedo y en parte
porque la fundamentación de ese temor necesita demasiados detalles
como para que yo pueda exponerlos en una conversación. Aún ahora,
mientras te escribo, sé que el resultado ha de ser imperfecto,
porque el temor coarta y porque la dimensión del tema supera en gran
medida mi memoria y mi entendimiento.
Para
ti la cuestión fue siempre sencilla, tanto que te referías a ella
delante de mí y sin que te inhibiera la presencia de otras personas.
Según tu criterio, las cosas eran más o menos así: has trabajado
duramente toda tu vida, te has sacrificado por tus hijos, en especial
por mí; por eso mi vida fue tan "disipada" y tuve la
libertad de estudiar lo que se me antojara; además, no tenía
necesidad de preocuparme por mi subsistencia ni por cualquier otro
problema; tú no exigías ninguna retribución a cambio por conoces
"la gratitud de los hijos", pero esperabas al menos un
mínimo halago, alguna señal de reconocimiento. Pero ante tu
presencia yo siempre me recluía en mi cuarto, entre libros, amigos
absurdos e ideas extravagantes; jamás te hablé con franqueza, nunca
te acompañé al templo ni te visité en el Fransensbad, nunca tuve
interés por los problemas familiares y jamás me ocupé del negocio
o de otros problemas tuyos, transferí la fábrica y luego te
abandoné, fomenté los caprichos de Ottla y mientras soy incapaz de
mover un solo dedo por ti (ni siquiera tuve la cortesía de comprarte
una entrada para el teatro) lo sacrifico todo por los amigos.
Si
sintetizas tu juicio acerca de mí, resulta que no me discriminas
nada extremadamente malo o pecaminoso (salvo quizás mi último
intento de matrimonio), pero sí frialdad, ingratitud, desinterés.
Me lo recriminas como si la culpa fuera mía, como si yo hubiera
podido cambiar el curso de las cosas con un leve viraje al timón,
como si no tuvieras ninguna culpa, tan solo la de haber sido
demasiado generoso conmigo.
Tu
explicación habitual es correcta sólo en la medida en que también
te considero libre de culpa en lo que respecta a nuestro alejamiento.
Pero también yo soy totalmente inocente. Si pudiera lograr que al
menos reconocieras esto, acaso fuera posible iniciar, no digo una
nueva vida (para eso somos demasiado viejos), sino una época de
mutua tolerancia, no cese sino más bien una mayor mesura en la
expresión de tus constantes recriminaciones.
Es
curioso, pero intuyo que tienes una pobre noción de lo que quiero
decir. Hace poco me dijiste: "Yo te quise siempre, por más que
en apariencia no haya sido como los oros padres; es que no soy un
hipócrita como ellos." Padre, nunca he dudado de tu bondad
hacia mí, sin embargo considero que no es correcto lo que dices. Es
cierto, no eres un hipócrita, pero sostener sólo por ese motivo que
otros padres lo son, es mera porfía que no da lugar a debate alguno,
o –y esto es lo que realmente sucede—se trata de la enmascarada
expresión de que algo anda mal entre nosotros, situación que tú
también la has provocado, aunque sin culpa. Si aceptas esto,
entonces podemos estar de acuerdo.
No
pretendo afirmar que gracias a tu influencia he llegado a ser lo que
soy. Sería exagerado de mi parte (y yo tiendo a exagerar).
Es
probable que aun habiendo crecido lejos de tu influjo, no hubiera
sido lo que tú quieres. Me habría convertido tal vez en un hombre
tímido, angustiado, vacilante, inquieto, no un Robert Kafka o un
Kart Hermnann; pero sería con seguridad un hombre muy diferente del
que soy ahora y es probable que nos hubiésemos llevado muy bien. Tu
amistad me habría hecho feliz, y también habría sido dichoso si
hubieras sido mi jefe, tío, mi abuelo, incluso (aunque en este caso
con mayor reticencia) mi suegro. Pero justamente como padre eres
demasiado fuerte para mí, en especial porque mis hermanos murieron
jóvenes, las hermanas llegaron mucho tiempo después y yo tuve que
soportar solo los primeros embates; era demasiado débil para eso.
Comentarios
Publicar un comentario